El Hombre y el Maestro
En 1.943 contrajo matrimonio con Elina Mz. Salanova, hija de Enrique Martínez Duñabeitia, periodista de La Rioja, amigo de Sacristán y contertulio del grupo de intelectuales del café “Los Leones” de Logroño. En 1.944 nace su única hija. Sacristán, desde entonces, se enclava plenamente en la vida de Pamplona, regresando a Logroño todos los veranos y en cualquier ocasión posible para él, simultaneaba su quehacer pictórico –pintaba todas las mañanas– con la docencia en el Instituto.
En 1.951, tras la muerte del pintor tudelano Pérez Torres, Sacristán ocupa su puesto como profesor de Dibujo Artístico y Pintura en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona. Eran años muy oscuros culturalmente. Pamplona era una ciudad con un pobre movimiento artístico. Sacristán irrumpió en ella desde su pintura y sus clases.
Antonio Eslava, joven alumno suyo de aquellos años, y hoy reconocido artista, lo describe así:
“Apareció ante nosotros Sacristán, alto y dinámico, sabiendo lo que había que hacer con todo lo que allí estaba dispuesto. Fue como abrir de pronto las ventanas al medio día. Quedabas entusiasmado de cómo disponía y proyectaba luces sobre una estatua, de cómo la revelaba ante nosotros nueva, y, sobre todo, enormemente bella. La autoridad de este hombre emanaba de la lucidez de su trazos en el papel, de la explicación práctica de las palabras que hacen percibir la lección plenamente, como debe ser. No había gazmoñerías, y daba unos toques, cuando huelgan las palabras en el atasco de líneas y manchas … Era abundante y claro en hablar de pintura, esencialmente, de la escuela española clásica y del expresionismo francés. Nunca olvidaré que se emocionaba y encendía en el entusiasmo, pues el Arte tocaba sus fibras más profundas … No se pueden olvidar jamás estas lecciones, pues tocan fondo de inmediato. En cuanto a la práctica de la pintura, tenía la capacidad de sacar aspectos insospechados a cuatro manzanas, o bien a una de ellas. Fue definitivo desde el principio, verle actuar ante el dibujo o ante el lienzo, pues era de una eficacia brillante, como de quien se produce en trabajos de ensayo y no tiene tensión, siendo por lo tanto natural y didáctico. Su pincelada era certera y en la seguridad de extraer precisos y muy jugosos matices, de solventar con gracia difíciles encuentros de luz y sombras. Era muy agradable verle pintar y oírle hablar de arte. Sus comentarios artísticos, si bien a veces por claros pudieran parecer crudos, eran bien justos y orientativos, que hoy día sin más, aún siguen vigentes, y se pueden aplicar a tanto falso santón de la pintura… Fui feliz trabajando, aprendiendo a su lado, y no había horas ni inclemencias … ”
Sacristán, desde esta aula, sin proponérselo, fue el creador de la llamada “Escuela de Pamplona”. Por ella pasaron artistas tan conocidos y algunos tan valorados como Cía, Castuera, Viscarret, Eslava, Beunza, Manterola, Ferrer, Aisa, Aquerreta, Zudaire y un largo etc. Enseñó con la pasión de un buen maestro, ofreciendo todo lo que tenía desde el gozo de ver crecer a sus alumnos.
Fue una excelente persona, notablemente humana, ameno y culto conversador, entusiasmado por el arte, la poesía: leía a Machado, Juan Ramón Jiménez … , la música, pintaba siempre con música clásica de fondo, tenía un fino sentido del humor, le desagradaba en extremo la ordinariez y la grosería, sabia discernir en la gente sencilla su finura de espíritu, por lo que tenía amigos en todas las clases sociales. Fue un hombre de una pieza, con un notable sentido de la libertad. Expuso su obra en muy contadas ocasiones debido al excesivo encargo al que era sometido, y a que no era hombre competitivo al estilo de hoy. Su mayor defecto fue la humildad y el no haberse sabido valorar con exactitud en toda su medida.
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Falleció en Pamplona, a los 57 años, un jueves 17 de septiembre de 1964 y fue trasladado a Logroño, donde se certificó su muerte y enterrado el viernes 18 en el panteón familiar. Su última obra, “Bodegón con naranjas”, quedó inacabada en su estudio.